En las redes sociales,
jóvenes que desarrollan su vida en twitter, facebook o a través del
Whatsapp, capaces de hacer mil cosas a la vez siempre que sea delante
de un dispositivo portátil y con conexión a Internet. Trabajan,
consumen, se relacionan y juegan delante de las pantallas.
Y cara a cara, jóvenes
ausentes del espacio y del tiempo real, que se sientan a tu lado en el
tren y apenas tienen fuerzas o ganas de saludar sin dejar de mirar su
pantalla.
Esta generación de
personas enganchadas que no desconectan el móvil para ver una
película en el cine ni para hacer el amor con sus parejas, y que
ponen mala cara al embarcar en un avión, tendrán en unos años un
gran déficit de información y de realidad. Se llamará el síndrome
de no mirar por la ventana.
Viajar es abrir la mente,
conocer otras realidades, conocer otro entorno y otras gentes. Mirar
por la ventana ha sido siempre la mejor película que te podrían
poner. Ver los cultivos, las industrias, las ciudades, montañas y
valles bañados por un río o tan secos que dibujan desérticos
parajes.
La generación que no
miraba por la ventana... no sabrá que Castilla es seca, que
Andalucía sabe a oliva o, que las verduras vienen del campo y la
carne de animales pastando. La generación que no miraba por la
ventana tendrá amistades en otras partes del mundo, pero no sabrá
cuan lejos están realmente. Y lo que puede ser preocupante, esta
generación podrá estar tan lejos de la realidad como los políticos
y grandes hombres de traje, que miran desde los rascacielos como las
hormigas trabajan en el suelo.
Y así es como llegué al 30 de Bromley Road, Londres. Día de verano con lluvia y viento a escasos diez días de los Juegos Olímpicos.
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