Andar. Excursión. Sin destino. Improvisando el rumbo. Es fin de semana, mucha ciudad por conocer.
Sábado. Nadie me acompaña. Salgo de casa, bajo la calle, esto ya lo conozco, giro entonces hacia la derecha, sigo camino del puerto nuevo, ¿nuevo?, quiero decir el puerto industrial. Porque el puerto antiguo, donde desembarcaron los colonos, es hoy día un pequeño embarcadero para botes de pesca, donde iré mañana. Voy tranquilo, con paso lento, pegado al borde de la calzada (aquí las aceras son una rareza), detrás de un joven y delante de una señora. Vamos en fila india. Al mismo ritmo, monótono y lento.
Leo que en África las carreteras son una novedad del Siglo XX. Tradicionalmente la gente se ha movido andando. Por senderos y veredas, normalmente compartidos con el ganado. Andando se ha movido África entera, y a patas se ha transportado las mercancías. Nunca los animales de carga aguantaron el clima tropical. Ni camellos ni caballos han ayudado al hombre a llegar al interior de un continente tan extenso. Así que inconscientemente la gente aquí va en fila, unos detrás de otros, respetando un sendero, hoy en día imaginario, pero que vive en esa costumbre transmitida.
Entro por una calle ancha y tranquila, algunos vendedores de maíz me dan la bienvenida al barrio. Suntuosos chalets con grandes jardines. Coches de lujo, todoterrenos, coches japoneses, Honda, Toyota y Nissan reinan sin discusión. Camino por un barrio de clase alta. La calle esta desértica, a excepción de unos trabajadores que construyen una acequia que servirá de alcantarillado al aire libre. Tras subir una colina, diviso el río. El puerto industrial queda en el horizonte, no cerca, y además no es esa la calle que me conduciría a él. Un chico desde una bici me corta el paso. Me advierte de que en mi dirección no hay más calle, me aconseja que me de la vuelta y sin preguntar vuelvo por donde he venido. Tres horas de caminata. Ya sé donde está el puerto.
El domingo Samu me acompaña en una caminata de cuatro horas. Recorreremos el puerto antiguo, el mercado, el cementerio y Calabar Road entera. Los domingos tienen algo especial. Es el día de misa, así que la gente se coloca sus mejores ropas, y sale a la calle camino de su iglesia. Hay menos tráfico, la ciudad parece amansada. Cerca del mercado más antiguo, donde se vende el pescado recién capturado del río, hay agitación. ¿Qué pasa aquí? Será una boda. Estamos equivocados. Acabamos de descubrir que este mercado no solo abre los domingos, si no que es día de mercadillo. Precios de saldo, para ropa en su mayoría de segunda mano. La gente se amontona en los pequeños tenderetes. Un niño pasa con una carretilla llena de pescado seco a tiras. Los olores se mezclan. Algunos tenderos gritan sus ofertas. Comienza a llover. El mercado se transforma, todo al abrigo de alguna sombrilla o algún plástico para proteger los zapatos. La actividad sigue frenética.
8 Agosto 2010
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