Atrapacaminos en Suiza.
Todo comenzó con una llamada al radio taxi que me recogía a las 5 de la mañana para llevarme al aeropuerto. Madrid amanecía plomiza, cielo gris, mitad polución mitad lluvia que mojaba las calles aún por despertar.
Mi avión rumbo a Ginebra, salía con puntualidad suiza y aterrizaba en una niebla total y absoluta que no nos dejaba ver el gran lago.
Tenía miedo de los trenes, pero en Suiza todo funciona bien, y fue muy fácil:
La primera conexión me llevo desde Ginebra hasta Montreaux pasando por Nyon, Lausanne y Vevey. El tren va costeando el lago por su orilla norte dejando un paisaje precioso con las montañas prealpinas tras el azul del agua.
En Montreux, cambié de tren para coger el panorámico que me debía llevar hasta Zweisimmen, subiendo la montaña. Este recorrido lo tenía en la mente desde hace años, cuando visité a Blanca en Friburgo. Y es espectacular. El tren va lentamente serpenteando entre las montañas y los valles alpinos dejando estampas singulares. Poco después de dejar Montreux, la nevada era muy copiosa y el suelo se iba cubriendo lentamente de blanco. Los bosques, pelados por el otoño, eran esqueletos de ramas golpeadas por la ventisca y el suelo, ayer marrón y rojo, se quedaba sorprendido por las primeras nieves de la temporada. Creía que cuanto más alto subiéramos más nieve encontraría, pero no fue así, la nieve en los siguientes valles no terminaba de cuajar, y sólo conseguía caer como lluvia lenta y densa que mojaba todo el paisaje como una acuarela, desdibujando los contornos y enfriando los sentidos. Las casitas de madera y techos oscuros, emanan vapores de caldera y amontonan leños en algún rincón para el duro invierno que está por llegar. En los campos se recoge la papa, y el ganado se refugia en los cobertizos.
Una vez en la estación de Zweisimmen, cambio de tren, un corto trayecto de 10 minutos me dejará en Boltigen, mi destino. Un pueblecito de menos de 200 metros de largo y 15 casas. El frío aprieta, pero pronto encuentro la casa donde nos alojaremos una semana.
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