Hubo un tiempo en que la
gente se acomodó a nacer en un sistema que le protegía, todo el
mundo tenía garantizada la sanidad, era pública y de calidad, y
estaba pagada con los impuestos. También la educación era bastante
buena, la mayoría de centros eran públicos o concertados y las
tasas universitarias reducidas, por lo que la educación no era un
privilegio para las clases pudientes. Los sistemas de desempleo,
prestaciones y transferencias, te permitían un colchón si te
quedabas sin empleo, los sistemas de formación y prácticas
mejoraban las posibilidades de introducirse en el mercado laboral
para la juventud.
Además, los colectivos
menos favorecidos recibían especial atención, las justas
reclamaciones feministas se iban consiguiendo, las personas con
discapacidad y las dependientes tenían derechos básicos
reconocidos, la población entendía que la distribución de la renta
y la solidaridad con las personas con menos oportunidades era de
justicia y así se reconocía, había leyes que reconocían derechos
civiles y sociales.
Pero este sistema tan
bueno y mejorable que la población había logrado darse para sí, no
vino llovido del cielo, no vino regalado, ni fue idílicamente
conseguido. Se conquistó a base de activismo social, de aquellas
personas que lucharon por un sistema más justo, de aquellas personas
que trabajaron de forma generosa por conseguir derechos y libertades
para todos y todas. Desde siempre, la Historia nos muestra que la
ciudadanía ha tenido que alzar la voz, y a veces las armas, para ser
escuchada, para conseguir cambios, para hacer más justo el lugar
donde vivimos.
Es hoy, en esta crisis,
cuando los derechos que consiguieron nuestros abuelos y abuelas,
padres y madres, están siendo sepultados, cuando hay que coger el
relevo, aprender de su experiencia y volver a gritar. Huelga general 14N.
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