Había quedado temprano con Tere. Queríamos ir al mercado, ella aún no lo conocía y yo estaba ansioso por volver. No salimos todo lo temprano que teniamos planeado, se nos unieron cuatro más y los seis partimos andando hacia el mercado central.
La ruta es un paseo de encuentros, de saludos, de risas. Las calles cercanas al estadio hasta el mercado son caóticas, el tráfico es feroz. Pitos, humo, coches, mucha gente... es zona de buses y taxis, cógelos al vuelo.
Una vez en el mercado, paseo por alguna calle agradable, y dos minutos después empiezan a caer las primeras gotas. Aquí la gente esperaba la lluvia, pero nosotros salimos igual que cualquier dia de sol. Y aquí cuano llueve, llueve. Nos refugiamos en el mercado, en pequeñas tienditas donde apenas cabíamos. Pero no iba a parar. Decidimos investigar la calle de los pollos. Que pestazo. La atmosfera estaba cargada. Tras los pollos vivos, la carne troceada invitaba a las moscas y un poco más alante se amontonaban los sacos de semillas y harinas. La lluvia ya tocaba cada recobeco y las ratas huian de los niños. Las calles empezaron a ser rios de dos y tres dedos de profundidad. Andábamos a tientas, metiendo los pies en un agua negra y sucia que corria calle abajo precipitandose al sistema de alcantarillado fuera del mercado. Seguimos la dirección del agua. Estabamos empapados y no nos quedaba otra que coger un taxi para seis y volver a casa.
23 Junio 2010
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