Baloncesto. Era cuestión de tiempo que la energía de atracción me llevara hacia el deporte que tanto amo.
Estaba aburrido de estar en casa y saturado de tener siempre que salir acompañado (desde España nos decían que teníamos que ir siempre en grupitos por seguridad). Reclutar gente y salir se hace muy pesado para una persona, que en mi caso, es muy independiente, y sobretodo muy curiosa, y a día de hoy hay demasiado por conocer para quedarme en casa jugando a las cartas.
Así que hace una semana empecé las salidas sólo. Primero fui a una tienda cercana. Después al banco. Otro día al supermercado. Poco a poco perdía la sensación de estrañeza, de ir solo en un lugar donde todo es diferente, donde todo el mundo es negro y tu eres un bicho raro al que observar. Me volví solo de la discoteca a las tres de la mañana, las calles completamente a oscuras. Me atreví entonces con el mercado, empezaba a disfrutar. Quería más, y decidí ir un paso más allá. Salí solo de casa, llevaba la cámara de fotos en una tarde soleada en busca de una puesta de sol en una colina verde con vistas al río. Nunca había cogido un bus urbano, aquí son furgonetas. No hay paradas ni rutas fijas. Se cogen al vuelo o no se cogen. Llegué a la avenida principal, y cacé uno. 50 Nairas hasta el estadio, unos 30 céntimos de Euro. La idea de la puesta de sol se iba a quedar huérfana.
Pregunté en la piscina, pregunté por voley para Samu, y por baloncesto. Entré en el estadio donde se jugaba un partido de fútbol. En los campitos de fuera, un grupo pachangueaba en unas canastas. Como el oso a la miel. Ya había llegado donde mis botas querían. Dos días después iba a comprobar como los blancos, también la saben meter. Y que el físico, sin técnica ni entrenamiento, no sirve nada más que para pegar saltos. Mi equipo Bistiboys estaría orgulloso. Jugué lo que el físico y la luz de la tarde me dejaron. Suficiente para arrancar de mis entrañas el mono, y engancharme de nuevo a mi droga favorita. I love this game.
26 Julio 2010
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