La cuna de la magia negra. Antes de que el hombre blanco introdujera el cristianismo y su discutible moral en estas tierras, existía aquí una cultura religiosa más unida a la tierra de lo que podamos imaginar. Los autóctonos temían la oscuridad de la noche, la profundidad de la selva o la fiereza de los animales, evidentemente, eran miedos naturales, basados en los peligros del entorno. Además, los clanes y tribus tenían su líder espiritual, capaz de sanar enfermedades (gracias al estudio y transmisión de una cultura de remedios naturales que pasaba de padres a hijos y que ahora las farmaceuticas tratan de rescatar y apropiarse para hacer beneficios) y de entrar en contacto con las otras naturalezas del ser gracias a las drogas alucinógenas. Pero por encima de esto, por regla general, el africano negro estaba unido a sus antepasados. A los muertos se les enterraba cerca de la casa, o en el mismo suelo de la cabaña y se les tenía presentes siempre. Tampoco había una dicotomía tan definida y cerrada entre lo bueno y lo malo. Será el cristianismo, el que asocie el bien a Dios, y el mal al demonio. Y ¿que mejor encarnación del mal que los niños embrujados y poseídos? A partir de entonces, años 80 y 90, la brujería se escribe a fuego con letras de sangre, ácido y abandono.
Los niños brujos abundan en esta zona del planeta. Hay tantos que uno se pregunta como se pueden hacer las cosas tan mal. Un niño brujo ha tenido la mala suerte de que su nacimiento o primeros años coincidan con alguna desgracia familiar (muchos son huérfanos) o que nazca con algún tipo de retraso o problema. Prematuros, gemelos, albinos... Los padres y familiares sospechan, le achacan todos los males que ocurren a su alrededor y terminan por llevarlo a la iglesia. El pastor, "enviado de Dios", es capaz de ver dentro de él y decidir si un niño es brujo o no. Si es brujo, está poseído por el maligno, tiene poderes oscuros y es mejor actuar. La acción es simple, exhorcismo. Pasen por caja. La familia no puede permitirse la salvación de su brujita particular así que las alternativas se reducen, arrojarles ácido a la cara, o abandonarlo.
En DDC (Destiny Child Center) tenemos "una" brujita. Pequeña y preciosa. Dicharachera y juguetona. Justine, pasa los días paseándose sin sentido por el centro intentando llamar la atención. Su forma de relacionarse socialmente pasa por el maltrato físico. Pega y le gusta que le peguen. No conoce otra forma. Molesta, pega y llora. Intentamos ignorar las conductas negativas y reforzar los comportamientos más estables, serenos y cariñosos. Los demás niños la rechazan, le pegan, y la llaman bruja. Mirada profunda, sonrisa inocente, piernas zambas, se balancea hacia mi con sus andares de pato. Le cojo de la mano, la siento en mi regazo, le acaricio la oreja. Si en esta niña vive el maligno, yo no quiero conocer a Dios.
PD: Para los interesados en brujería, dejo aquí el informe de Unicef: "Children Accused of Witchcraft. An anthropological study of contemporary practices in Africa". April 2010. Aleksandra Cimpric. UNICEF WCARO, Dakar.
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