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atrapacaminos en el norte de Nigeria

Atrapacaminos en el norte de Nigeria (Del 11 al 20 de Noviembre)

TABASKI

Tabaski, también llamada Eid al Kebir, es la fiesta musulmana que conmemora el momento en que Abraham va a sacrificar a su hijo por mandato de Dios y que finalmente es sustituido por un cordero. También coincide con el final de la peregrinación a La Meca. Es la mayor fiesta musulmana, se come carne a la brasa, y este año es el 16, 17 y 18 de Noviembre. Además, aquí se celebra el Durbar, un desfile de jinetes vestidos con sus atuendos tradicionales, turbantes, capas y caballos engalanados.

Kanu y yo nos vamos de viaje, nos vamos al norte de Nigeria!

DESDE CALABAR

Viernes, San Viernes! Salimos de Destiny´s Child Center con las mochilas a cuestas. Llevamos una maleta de 20 litros y 35000 Nairas en el bolsillo (180€). Vamos al motor park de Watt Market a ver si hay suerte. Se nos hace tarde, a las 6 de la tarde oscurece y entonces la carretera deja de ser un lugar seguro, si es que en algún momento lo es. Teníamos en mente llegar hasta Ogoya, pero terminamos cogiendo un taxi compartido con otros seis clientes hasta Ikom (tres horas más cerca). La noche nos alcanza antes de llegar a Ikom. ¿Qué hacemos ahora? Hacer noche o seguir. Dicen los manuales del viajero que en África hay que evitar las carreteras durante la noche, pero nos la vamos a jugar cogiendo otro taxi hasta Ogoya. A partir de ahora, es lo más lejos que hemos llegado desde que llegamos a Nigeria, y la primera vez que salimos del estado de Cross River. Vamos rumbo norte por unas carreteras con agujeros donde cabe un coche y con baches que revientan hasta el mejor de los todoterrenos. Deberíamos estar alerta, pero sufrimos el conocido ‘síndrome del viajero reventado’, que se queda dormido nada más subirse a cualquier medio de locomoción.

El conductor nos despierta: - Ya hemos llegado, estamos en el motor park de Ogoya-.

Nos bajamos del coche aún dormidos. Nos rodea mucha gente que solicita nuestra atención urgentemente (coño que prisas!). Nos ofrecen taxis, alojamiento, y comida. Prioricemos. Lo primero es despertarse para ser conscientes de donde estamos, intentar orientarse, hacerse un mapa de las distintas hogueras y lámparas de queroseno en la oscuridad más absoluta y controlar las pertenencias. Segundo, vamos a negociar el taxi para mañana, un musulmán maduro con coche nuevo (puntualizar que los coches nuevos suelen ser aquí de tercera mano) y que no quiere más de cuatro clientes es un buen negocio, regateamos 500Nairas del precio estándar hasta Abuja. Tercero, el alojamiento, una habitación en una pensión de carretera por 1500N nos dará el avio, no tiene luz, ni tampoco agua corriente. Cuarto, ¿comemos? Unos suyas (carne a la brasa) y unas cervezas nos servirán para matar la noche, hasta las doce y media, charlando con los camioneros.

Estamos placidamente dormidos cuando nos llama el conductor que nos debe llevar hasta Abuja (capital de Nigeria). Son las 5 de la mañana. Casi no nos ha compensado pagar la habitación. Nos montamos en el coche. Piedra, papel o tijera para ver quien gana la ventanilla. Me toca el asiento de en medio. Y a dormir.

Abro los ojos, es un día claro. El coche va por rectas infinitas a más de 130 km/h. La carretera es buena, pero sin señalizar. En la ventanilla se suceden los espacios abiertos, con árboles salteados por toda la llanura. La hierba alta y rubia lo cubre todo menos los techos de paja redondos de las chozas. Vamos por en centro del asfalto, esquivando algunos baches a volantazos rápidos. Viene un coche en sentido contrario. Vamos muy rápidos. El coche se acerca por segundos. Viene por su derecha, pero nosotros estamos en el centro de la calzada. ¡Joder, vamos a chocar! Se para la vida. El conductor se ha llevado toda la noche buscando pasajeros y no ha dormido nada. El cansancio ha podido con él y se ha quedado dormido mientras volamos a 30 segundos el kilómetro. Paralizado, incrédulo, soy consciente de las últimas milésimas de segundo antes del golpe. El copiloto si reacciona a tiempo y lo despierta. Un volantazo en el último momento nos salva de un final trágico. Kanu despierta ahora, yo acabo de nacer.
En los países en desarrollo, se da un índice de accidentes de tráfico trágicamente elevado. En silencio pienso en el riesgo absoluto de estas carreteras. Si te chocas aquí y no mueres en el acto, la espera y la ayuda, puede ser muy angustiosa. Se me corta el cuerpo. No es difícil ver coches quemados en las cunetas, abandonados durante años, testigos mudos del paso del tráfico rodado, memoria de algún destino fatal.

Diez minutos más tarde el coche se detiene en la cuneta, el conductor se baja y se intercambia por el que hasta ahora había sido copiloto. Lo conducirá rumbo norte, Makurdi, Lafia y Akwanga, donde se bajará. Ya solo nos quedan unas tres horas hasta Abuja rumbo oeste.


 
ABUJA

Fundada en los 70´, fue elegida como capital tras la Guerra de Biafra. Situada en el centro de Nigeria y sin grupos étnicos o religiosos dominantes, es símbolo de neutralidad política. Vive básicamente del sector administrativo, nacional y extranjero, y de los negocios. Está en continua construcción, parece una ciudad a medias, donde todo está por terminar. Millones de dólares procedentes del petróleo para inversiones en infraestructuras y construcción. Y, seguramente, la ciudad más cara de Nigeria.

El taxista intenta buscarnos un hotel a las afueras. Estamos en la autopista de circunvalación, cinco carriles en cada sentido que no evita un atasco monumental. Chequeamos tres hoteles, pero además de caros no nos dejan dormir juntos. –Sois dos chicos.- nos explican. Es la primera vez que nos encontramos este problema. El taxista nos abandona. Seguiremos por nuestros propios medios. Cogemos un autobús a ninguna parte. Conocemos a una mujer que nos da la bienvenida a Abuja. Se jacta de ser hija de un embajador y decide ayudarnos. Nos guía para dejarnos en un barrio lleno de hoteles. Pero de nuevo el mismo problema. Son caros, y nos duplica el precio el hecho de tener que dormir en dos habitaciones individuales. Llevamos ya cuatro horas en esta maldita jungla de asfalto y hormigón. No le vemos el sentido y decidimos abandonar Abuja y viajar hasta Kaduna. Cogeremos un taxi compartido, nueve ocupantes en un coche que será la muerte a pellizcos. Nada más coger la circunvalación, el conductor considera que la mejor forma de evitar el atasco es tirarse literalmente a la cuneta. El coche se queda en el sitio. Nos bajamos todos y necesitaremos unos seis hombres y algunas piedras para sacarlo. Por los anchos arcenes entre autopista y autopista se celebra un rally. Quién ganará sería una incógnita divertida, pero aquí, en Nigeria, ya sabemos donde terminan las carreras de coches, en otro atasco, en un embudo, donde ninguno cede y ninguno pasa. Más de una hora parados. Terminamos por una vía secundaria y luego por otro atajo (he de suponer) con el piso de tierra. Otra maravillosa idea que compartimos con centenares de coches que nos acompañan hasta la caída del sol, principio de la noche y dos horas más parados no se sabe muy bien donde. Tres horas más de carretera y estamos en Kaduna.


 
KADUNA

Kaduna es la capital del estado de Sharia, fue fundada por Frederick Lugard, primer gobernador colonial, en 1913 como centro político de las regiones del norte. Es una ciudad nueva, ordenada y muy fácil para el visitante pero no tiene mucho que ver. Encontramos una pensión muy barata al segundo intento (Fatima Guest House en Kastina Rd.) y cenamos unos suyas recién hechos que picaban como una batidora de las buenas.





Por la mañana, aún con los labios inflados por culpa del picante, desayunamos a la vera de la Gran Mezquita. El desayuno, al igual que los suyas, los sirven en una especie de tenderete hecho con cuatro palos y un techo de hojalata. Unos bancos de madera sirven para sentarte. Bebemos el té en una taza de plástico que bien podría tener más años que nosotros.

Nos damos un paseo por el mercado que crece a la vera de las vías del tren. Hay cientos de cabras y terneras que esperan su destino. Unos jóvenes se reúnen sentados en las vías abandonadas. Kanu aprovecha para darle trabajo al zapatero y reparar sus sandalias.

Llegamos hasta el museo, pero no tiene pinta de ser interesante, lo que si nos llama la atención es la reproducción de un poblado Hausa que han hecho a la espalda del recinto. Dentro de las casas cueva algunos artesanos desarrollan sus labores. Suenan tambores, en un pequeño escenario están ensayando danza para el espectáculo de la noche. Los bailarines nos dejan boquiabiertos y nos quedaremos un buen rato disfrutando del ritmo antes de compartir un taxi destino a Zaria. (1hora o 500Nairas).


ZARIA

Tres días y dos noches desde que salimos de Calabar para llegar a Zaria, es Domingo. El clima ha cambiado definitivamente, la temperatura ha subido y la humedad ha desaparecido, el polvo lo tiñe todo de color arena. Viniendo desde el sur, Zaria es la primera ciudad musulmana en las antiguas rutas hacia el Sahara. Capital del reino de Zazzau desde hace más de 700 años, fue conquistada primero por los Fulani en 1804 y un siglo después por los ingleses que la administraron bajo la Indirect Rule. Conserva un casco histórico anclado en el tiempo y rodeado por una muralla medieval bastante derruida. Los Hausa~Fulani son el grupo étnico predominante, y su dialecto es comúnmente utilizado. Mucha gente no sabe inglés, y es muy complicado encontrar un Okada que te entienda entre los cientos de moto taxis que inundan la ciudad. Nos movemos entre el tráfico, el humo y el polvo seseando como peces en busca de un hotel. Las motos no nos entienden y vamos perdidos de un lugar a otro. Nos costará trabajo encontrar y negociar una habitación en el Sharafiyah Hotel (Lawal Aliyu Road).






Lo más interesante de Zaria es su casco antiguo. Alrededor del Palacio del Emir y de la Gran Mezquita, se extiende una ciudad de callejas y muros de arena. Paseamos como moradores del desierto. Los labios se agrietan. El polvo lo cubre todo, las bolsas de plástico taponan el alcantarillado. Nos damos una vuelta siguiendo los callejones más estrechos. Hay niñas que se asustan al vernos pasar, quizás no hayan visto un blanco en su vida. A la vuelta de una esquina aparece un gran árbol, y tras él, un descampado donde los chavales juegan al fútbol.

Llamamos a Hamsa, secretario del emir, que nos enseñará las oficinas del palacio y recogeremos siete invitaciones para el Durbar, pues al día siguiente se nos unirán Tere, Isa, Neli, María y Ester que salieron un día más tarde desde Calabar. A cambio nos pide un regalo para el Emir, una túnica de siete a diez mil Nairas.

En Zaria y Kano está vigente la ley musulmana o Sharia, así que para buscar una cerveza, Hamsa, nos guía hasta el barrio cristiano, Sabon Gari. Entre botellines le pregunto extrañado por qué bebe si es musulmán. Me explica que solo prueba un poco, que eso no lo lleva a las malas acciones, y seguidamente aprovecha para recordarnos que el regalo está pendiente. Terminaremos la noche viendo el Real Madrid Sporting en una especie de cine con cinco televisores (80Nairas).

La mañana del lunes vagabundearemos por el laberinto de calles, buscando una tienda de pieles que señala la guía, y nos sumergiremos en el mercado. Una cuesta bulliciosa donde los tomates se esparraman en el suelo a pocos centímetros de las cloacas saturadas de plástico, arena y mierda. La sed nos ataca una y otra vez, los labios rajados. Es un calor seco, más parecido a nuestra Andalucía, lo soportamos mejor que la humedad del sur. Salimos de la muchedumbre por una calle lateral. Nos sentamos a la sombra a ver como los niños nos van rodeando. Tienen curiosidad, pero también mucho respeto, cuesta acercarte a ellos. Igualito que en el sur, donde si te despistas se te han subido cinco críos encima. En el norte, los valores musulmanes, crean una barrera de respeto y distancia que los adultos se encargan de inculcar y hacer cumplir.




 
Las chicas llegan a la ciudad. Nos reunimos en el hotel. Descansamos un poco y nos ponemos al día. Ellas tuvieron suerte en Abuja, alojamiento (con piscina) y comida a cuenta de unos libaneses que conocieron.

Vamos al mercado de Sabon Gari. La parte cristiana de la ciudad es un auténtico ir y venir de gentes y coches. El mercado es muy similar a los del sur, pero aquí hay mucha mezcla de religiones. Íbamos por una calleja de textiles, Isa le pide permiso a una hermosa chica con velo para sacar dos o tres fotos, ella asiente y es fotografiada. Inmediatamente un hombre se siente ofendido, ha fotografiado a su hermana y el no ha dado permiso, persigue a Isa por el mercado y le obliga a borrar las fotos. Me encuentro a un musulmán muy elegante. Lo saludo en árabe. Se saca un billete de la chilaba y me da 50 Nairas. Los musulmanes tienen por regla dar dinero a los pobres. Vaya! Terminaremos la noche en un cine de verano viendo una película Bollywoodiense y comiendo exquisito yogurt natural.



DURBAR

Durbar on the Sallah Day. Tuesday Zhul Hajj 10, 1431 A.H. (16 Nov 2010).

Las celebraciones tienen lugar en la explanada entre la Gran Mezquita y el Palacio del Emir. Han colocado carpas y sillas para sentar a los turistas e invitados, al otro lado, la muchedumbre se apelotona bajo el sol. La guardia real, uniformada con túnica, turbante y látigo, controla la seguridad. Un autobús enorme para delante de nosotros, más de cuarenta turistas alemanes se bajan y se colocan a nuestro lado. Poco más tarde llega el gobernador del estado. Ya estamos todos y todo listo. Esperamos que el séquito que acompaña al Emir lo traiga con la pompa tradicional, sombrilla y trompetas incluidas, desde la Gran Mezquita. Se sucederán entonces las representaciones a caballo de las distintas familias y etnias. Espectáculo de color y ropajes. Caballos y camellos engalanados. Trompetas y tambores. Banderas y danzas tradicionales. Después del desfile empiezan las carreras, los caballos levantan el polvo y la arena del suelo. Entre carrera y carrera un niño quiere cruzar al otro lado. Los caballos arrancan y el niño está en medio, el padre reacciona y sale detrás a salvarle la vida. Lo alcanza, lo coge en brazos y lo lleva de vuelta a la multitud. En el otro lado un caballo se desboca, se levanta sobre sus patas traseras, jinete y caballo caen al suelo. La guardia real dispara las escopetas con que los ingleses conquistaron estas tierras hace más de un siglo. La pólvora estalla en golpes atroces. Tras las carreras, todo se arremolina entorno al Gobernador y al Emir. Hamsa se despista y nos pierde de vista, nos ha recordado lo del dichoso regalo otra vez, lo que no se imagina es que nos vamos a meter en todo el follón y nos vamos a escapar.

En menos de una hora, hemos recogido las maletas, comido y negociado una furgoneta para los siete que nos llevará a Kano. Estamos en carretera y suena el móvil. Hamsa nos agradece el regalo irónicamente.













KANO

Kano, fundada hace más de 1400 años es la ciudad viva más antigua de West África. Es el mayor cruce de caminos en las antiguas rutas transaharianas y hoy día es el centro económico más importante del norte de Nigeria, y la ciudad más poblada junto con Lagos. Una ciudad extensísima y caótica, contaminada por el humo del tráfico, con un aire irrespirable por culpa del polvo, y donde, como en Zaria, la mayoría de la población habla Hausa, y los Okadas no entienden ni papa de inglés. Nos vamos a alojar en el Tourist Camp, al lado de la oficina de información turística, situado en una calle de restaurantes, panaderías y supermercados de alta calidad. Los libaneses saben cómo montárselo, pero traer quesos, aceitunas, mortadela, patés o helados Magnum desde los confines del mundo sale un pelín caro.



Hemos subido a la ciudad antigua, pasando una de las puertas que abre la muralla. Vamos al Palacio del Emir para preguntar por las celebraciones del Durbar que aquí se celebraran mañana. El palacio es una manzana entera, es enorme y amurallado. A su espalda la Gran Mezquita. Se nos hace de noche y decidimos introducirnos en el barrio de callejas que se extiende al oeste del palacio. La luna llena es un foco que nos permite perdernos. Moramos por las calles de arena. Estrechas, oscuras. Las paredes que reciben la luz de luna despiden un cierto resplandor plateado, las que quedan en sombras son infinitamente negras. A la vuelta de la esquina unas paredes se tornan ocres, iluminadas por el fuego se dibujan sombras dantescas. En los cruces de calles, las familias matan, queman y descuartizan el cordero siguiendo la tradición. Nos sentamos con ellos y jugamos con los niños a la luz de la gran hoguera.

El Durbar en Kano es muy similar al de Zaria, solo hay que aumentarlo de tamaño. Aquí estamos en un palco en el primer piso del palacio. La explanada es cuatro veces mayor que en Zaria. Los disparos de la guardia real son mucho más numerosos. Conocemos en el palco a una portuguesa, Ana Luisa, que trabaja para una ONG inglesa en un pueblo cercano al Yankari National Park, nos invita a ir de safari (quizás en febrero o marzo). Cae la tarde y desde los árboles de palacio despiertan los murciélagos. Son enormes, como halcones, con una envergadura de alas descomunal, recuerda a la escena de Indiana Jones y El Templo Maldito. La salida del palacio se nos complica. Todos los blancos e invitados han salido con sus coches con chófer, algunos de ellos incluso escoltados. Nosotros somos gente llana, nos mezclamos con el pueblo y lo que buscamos es una moto para salir de allí. Un militar está preocupado por nuestra seguridad y no nos deja marcharnos. Está muy nervioso. Nos habla de robos y secuestros. Nos busca dos triciclos y da orden de llevarnos al hotel. El miércoles termina con los siete sentados en Sabon Gari (barrio cristiano) tomando unas papas y unas cervezas a la luz de las candelas. Algunos músicos, buscavidas, mariachis, nos amenizarán la noche golpeando las cuerdas de su pequeña guitarra casera.




El jueves es nuestro último día en Kano y nos queda mucho por ver. Para empezar la mañana desayunaremos a los pies de la Dala Hill, una colina desde donde se ve todo Kano. Kano aparece difuminada bajo nuestros pies, el smoke lo nubla todo. Luego nos daremos una vuelta por el gran mercado. Sentados en una esquina de una calleja no más ancha de dos pasos, comemos un yogur casero con azúcar mientras vemos pasar caballos engalanados. Bajamos entonces hasta Kofa Mata Gate, lado este de la muralla. No podemos perdernos los Dye Pits, pozos de un metro de diámetro donde los maestros artesanos tiñen las telas con el índigo dibujando mares de añil, celeste y azul. No nos cansamos de pasear por las callejas. Las niñas asoman sus cabezas cubiertas por los quicios de las puertas y se esconden al vernos pasar. Se escuchan tambores dentro de una casa. Nos asomamos para entender que se trata de una tienda donde planchan las telas. Con grandes mazas de madera, golpean las telas contra un gran tronco que hace de mesa. Golpe a golpe planchan y sacan brillo a las chilabas.





















JOS

Desde Kano a Jos hay 250 km, también hay cinco horas de carretera o unas 1000 Nairas. También hay decenas de controles militares, hecho que debía saber muy bien el conductor de nuestro taxi cuando preparó dos fajos de billetes de 10 Nairas y le dio uno al pasajero que estaba sentado en el asiento del copiloto. En todos y cada uno de los controles, bien el conductor o el copiloto, según por que lado se aproximara la extorsión, entregaba en la mano del oficial de turno 20 Nairas. Jos se asienta en una meseta, Capital de Plateau State, a 1200 metros por encima del nivel mar. Jos, abreviatura de “Jesus our Seviour”, herencia de un pasado de misioneros, es una ciudad frontera entre el norte musulmán y el sur cristiano. No son raras las luchas religiosas, y los asesinatos se cuentan por miles. En 2002 quemaron gran parte del mercado principal, en 2008 más de 300 personas fueron asesinadas, en la primavera de 2009 también hubo muertos (por aquel entonces, leíamos las noticias nigerianas para saber si embarcarnos o no en esta aventura y comprobábamos asombrados que Nigeria ocupa el cuarto puesto en el ranking de los países más peligros para hacer turismo después de Iraq, Afganistán y Haití) y ahora, en diciembre de 2011, leo en la portada de un periódico nigeriano que una bomba a matado a más de 30 personas y que hay 70 hospitalizados. Increible, sólo un mes después de nuestra visita. ¡Quién lo iba a imaginar! Yo recomendaría Jos a cualquiera.


La ciudad nos recibió con una noche fresca, cenamos buen suya y mejor fruta, y buscamos hotel. Nos dieron un cuarto pequeño pero apañado, con sábanas de Micky Mouse y Pokemon, donde dormimos como niños.






A la mañana siguiente visitamos el Jos National Museum (50 nairas) para ver máscaras de ceremonias tradicionales, una colección de monedas y un sin fin de vasijas y ollas de arcilla. Un poco más arriba, en la misma calle, está el Museum of Traditional Nigerian Architecture. Integrados en un parque de acceso libre, nos encontramos diferentes construcciones tradicionales. Algunas de ellas, como la reproducción de la muralla de Kano, de dimensiones faraónicas. También hay un pequeño zoo, no entramos, las referencias de la guía no eran muy esperanzadoras. Pero Kanu y yo queríamos ver bichos, cogimos una moto y fuimos a una supuesta reserva de animales en semilibertad con muy buena pinta y que resultó un fraude. Había animales, si, pero estaban enjaulados, como cualquier zoológico medianito en España. Allí nos encontramos con un vendedor de artesanía, hicimos buenas migas y terminamos comprando unos lienzos. Después, tratando de encontrar los hipopótamos por un sendero que atravesaba el río y cruzando unas colinas de hierba alta y rubia empezamos a alejarnos. Os digo que nos vimos ninguna valla perimetral. Solo seguimos andando por uno de los múltiples senderos. Bajamos un cerro de roca granítica y aparecimos en los suburbios de la ciudad donde una moto nos devolvió sanos y salvo al hotel después del pequeño safari. Esa misma tarde visitaríamos el mercado, escenario de matanzas, luchas de poder y de riquezas, que encuentran en la religión la mejor de las excusas. Jos era nuestra última etapa en este viaje, y aunque el presupuesto andaba más que limitado, encontramos un restaurante por el que merecía la pena hipotecarse. Pizza y una de las tartas de queso más ricas que he probado en mi vida. Mitad por mitad, la comimos lentamente, acaso fuera la última en muchos meses.











MAKURDI

Camino a Calabar, rumbo sur, paramos a pernoctar en Makurdi, ciudad a orillas del Río Benue, tierra fértil, cesta de suministros para toda Nigeria. Chequeamos tres hoteles en busca del más barato todavía y, aún así, tuvimos que pedir descuento. Nada hubiera escrito de Makurdi si en aquel mismo momento ella no hubiera sonreído. Pero lo hizo.

Kanu y yo soltamos las mochilas. Nos duchamos y sentados en la puerta de la habitación dejamos que las sombras oscurecieran nuestros rostros. Ella jugaba con las llaves, lanzándolas al aire para llamar nuestra atención. Vestía vaqueros ajustados y camiseta añil de tres tallas más que se ajustó a la cintura con un nudo. Tomamos unas rebanadas de yame frito con salsa de tomate acompañadas por unas cervezas. Nos sentamos los tres en los sofás del restaurante del hotel y hablamos largo rato. Estábamos distraídos en conversaciones acerca de viajes, culturas, comparaciones, y no nos dimos cuenta que los demás huéspedes del hotel se habían retirado a sus habitaciones. Kanu se levantó, se disculpó y abandonó la estancia. Ella volvió a sonreir y yo acaricié por primera vez una espalda tersa, brillante y negra como una mesa de ébano.