Afi Mountain se levanta en un enclave privilegiado, en los bordes del Parque Nacional de Cross River Okavango Division, bañado por las aguas del río que le presta su nombre. En el valle, los campos de cultivo de cacao y plataneras se reparten la tierra. Pequeñas aldeas agrícolas y algunos rebaños de vacas nos dan la bienvenida cuando atravesamos en moto la pista forestal que nos conduce hasta "Afi Montain Wildlife Sanctuary".
Drill Ranch (Drill Rehabilitation and Breeding Center) es un proyecto de protección animal de la ONG Pandrillus. Con una sede en Calabar y otra en la misma reserva de Afi, se dedica a la rehabilitación y cría de algunas especies de mandriles en peligro de extinción. Los norteamericanos Liza Gadsby y Peter Jenkins, llevan veinte años trabajando en este proyecto y mantienen asalariados a más de 40 trabajadores locales.
Perdido en la montaña, han construido un complejo turístico con gusto exquisito integrado en el paisaje. Facilidad de alojamiento para visitar las reservas de mandriles y chimpancés que viven en semi libertad. Un sendero por la copa de los árboles, con puentes colgantes, el "canopie", nos da una visión elevada de la selva. Allí abajo, a más de 40 metros, corre un río cristalino, fondo de piedras romas, que se escalona formando pequeños rápidos y remolinos, piscinas naturales donde nos daremos un refrescante baño.
Con la caída de la luz, los monos suben a los árboles a buscar un buen lugar de descanso. Desde la cabina 5, sentados en el suelo de madera, María y yo contemplamos dos gigantescos árboles que se unen en el horizonte. Se ven las sombras de los monos, que van subiendo, acomodándose en las ramas mas altas. Mañana será un día duro, mejor irse a dormir. ¿Conoces los sonidos de la selva? La noche es ruidosa, muy ruidosa. El volumen aumenta justo con la llegada de la oscuridad. Millones de chicharras y otros seres del bosque tocan una música casi molesta que te sumerge en un sueño intranquilo. Se escucha el aleteo de un gran pájaro. Imagino que un búho se come algún roedor en lo alto del techo de planchas de metal.
La mañana me despierta con el tintineo de la lluvia. Al abrir los ojos, el movimiento de las ramas de los árboles me pone alerta. Los monos se despiertan también. Se llaman entre ellos, se persiguen, se van despertando y bajan deslizándose por los troncos. Hay mucha actividad, y pronto toda la comunidad está saltando de rama en rama, sacudiendo al gran árbol, majestuoso, omnipresente.
Don Nyiamson, es el ranger que nos acompaña. Su casa esta situada en una pequeña aldea en la falda de la montaña. Lo esperamos mientras va a comprar la comida. Sus hijos y sobrinos nos tienen miedo, unas fotos romperán el hielo. Su hija mayor Saly, ha tenido la mala suerte de ser primogénita y niña. Con siete años ya es toda una madre que cuida de sus hermanos, y toda una ama de casa capaz de cocinar, limpiar, y disponer, siempre sumisa, presta a cualquier encargo. Una sonrisa para su padre que ya viene de vuelta. Don viste pantalones rotos y botas viejas. Se echa su mochila al hombro, y el machete a la mano. Empezamos a caminar tras él.
La idea es subir a lo alto de la montaña, atravesando la selva, para quedarnos a dormir en un refugio perdido en la maleza. Nos han dicho que es duro. Y lo vamos a comprobar de primera mano. María empieza a dudar de su capacidad cuarenta minutos después de empezar la ascensión. Marcamos un ritmo más lento y seguimos hacia delante. Atravesamos una plantación de cacao donde un grupo de mujeres cortan y extraen las semillas que luego dejarán fermentar y secar. Rellenamos la cantimplora en un charco, es el último abrevadero hasta el refugio. El agua es buena, es un manantial, el agua brota de la tierra. Un poco mas arriba, el sendero es tan difuso que no veo al guia que debe estar a unos 10 o 15 metros, me desvío de la senda y me desoriento. Cargamos demasiada agua, el peso nos penaliza y las piernas sienten el cansancio de llevar 10 kilos de más encima. Estamos chorreando de sudor, empapados como si nos subiésemos duchado vestidos. En lo alto de la montaña hacemos un descanso, aquí la brisa refresca y nos devuelve el aliento.
- Ya no queda mucho, quizás menos de 40 minutos, y el camino ahora empieza a descender.- Nos anima Don mientras recolecta unas setas silvestres. Efectivamente, empezamos a descender. Alto! parada obligada porque un drill se nos cruza en el camino. Sin previo aviso, el sendero se abre y vemos el campamento. Hemos tardado algo más de tres horas y media. El campamento no tiene mas que un techo de chapa agujereado y suelo de tablones húmedos. A cincuenta pasos hay un riachuelo, nos bañamos y bebemos directamente de sus aguas. Antes de que las tinieblas se apoderen del lugar y las abejas se vayan a dormir, encendemos fuego, preparamos la comida y extendemos los sacos de dormir. María, Don y yo compartimos cena. Don prepara fufú (una especie de masa suave hecha de casaba) que mojaremos en sopa de setas, cebollas, hojas y sardinas.
Al abrigo de la lumbre, conversamos acerca de la familia, de las costumbres y de las diferencias culturales. A Don le gustaría estudiar para poder ascender en la escala de rangers para ganar más dinero y poder asegurar una mejor educación a sus hijos. Habla con naturalidad sobre matrimonio y sexo y recibe nuestras diferencias de forma abierta. Nos acompaña hasta que decidimos irnos a dormir. Hace una hora y media que hay oscuridad total, son las siete y media de la tarde cuando cerramos las cremalleras de los sacos de dormir.
Cuando abro los ojos por la mañana Don viene de bañarse en el río, después de seguir su ejemplo, y de desayunar, empezamos el descenso. Será ligero, sorteando cuesta abajo los miles de troncos que hacen de escalones naturales, recorriendo rápidamente el sendero por el que ayer subíamos fatigados. Al llegar a la aldea, nos despedimos de Don prometiéndole volver algun día.
Una moto para dos es buen negocio para salir del bosque, relevo para coger un coche con un conductor novel que me pedirá que le arranque el coche, mejor lo dejamos tirado y nos montamos en un camión de cacao (el vehículo más lento en estos lares). No te queda otra que armarte de paciencia, y reir cuando Kanu, que nos espera con Patri en Ikom, nos pregunta cuanto nos falta para llegar.