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lunes, 17 de enero de 2011

El caucho y sus malos olores.


Los bosques de Hevea se extienden a las afueras de Calabar. Recluto a Isa y Ana para que me acompañen en esta excursión. Nos adentramos en las plantaciones. Los árboles guardan la linea ordenados perfectamente. Es una explotación extensa, posiblemente pertenece a Dunlop. El caucho natural ya no supone ni el 50% de la producción mundial, el sintético lo va sustituyendo, sin embargo, sigue siendo el de mejor calidad, utilizado para los neumáticos de aviones o de alta competición.





Un pequeño paseo nos basta para sentir de cerca el olor a látex. Hago un corte con la navaja en la corteza del árbol. Empieza a sangrar ese oro blanco, que tiempo atrás, enfermó febrilmente a tantos hijos de puta rebosantes de codicia y avaricia que sembraron el terror en las caucherias esclavizando, torturando, y matando hasta el exterminio a tantos indígenas en el Amazonas como negros en África.






Tras el bosque se abre un claro, una explanada enorme con hierba cortada y al fondo un gran caserón flanqueado por altas palmeras. En el césped hay círculos enormes, leo en un cartel hole 8. ¿Hole 8? ¿Qué significa eso? ¿Es un maldito campo de golf? Sí, lo es.


Seguimos andando por una trocha de tierra prensada. Nos encontramos con unos locales que vienen machete en mano de trabajar en el bosque. Nos acompañan a la estación donde se almacena el látex. Una pareja, que vive bajo un techo de hojas de palmera trenzada, custodia el tanque de hojalata no mayor que una bañera. Esperan el camión que viene una vez por semana a llevarse el preciado líquido. En el camino de vuelta nos cruzamos con una mujer que carga un tronco en la cabeza, otra plátanos. Tienen los pies deformados, llevan chanclas. Quizás estén ahorrando para jugar al golf el sábado.

15 Enero 2011

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