Me voy a Eket, Nigeria, de voluntario, un año
Me acosté temprano. En mi mente, en mi cuerpo, sentía una extraña sensación de impaciencia y tensión. Me recordaba a esas noches de Reyes Magos donde te acuestas esperando algo que vendrá a levantarte con un bofetón de ilusión.
Soñé que la cama estaba húmeda, escuchaba el estruendo de la lluvia caer sobre el techo, hacia mucho calor. Me imaginaba dentro de una mosquitera a salvo de los insectos con cara diabólica. Apenas podía dormir, esperaba ansioso el amanecer.
Llevaba más de una hora despierto intentando hacer cosas para que el tiempo pasara más deprisa. Esperaba una llamada al móvil, pero fue el teléfono fijo el que sonó. Acorralado por la idea de que pudiera ser una noticia negativa, descolgué.
-Jose Antonio, ¿cómo estás? Te llamaba para decirte que has sido uno de los seleccionados.
No puedo poner en pié mi respuesta tan solo media hora después, supongo que balbuceé algo parecido a un agradecimiento.
Una losa de cansancio aplastó la tensión que mi cuerpo transportaba. Como dos alas, la ilusión sacudió todos los temores como las gotas de agua que despiden los perros después de un chapuzón. Me voy a Eket, Nigeria, de voluntario, un año. Esta vez, los sueños se hacen realidad. Y por un momento siento que mis botas empiezan a entender que no quiero ser un borrego si no seguir las enseñanzas que me dicta mi sangre.