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martes, 22 de junio de 2010

Acostumbrarte a los aviones es asociar vuelo a sueño. Aunque dormir no significa descansar, echar una cabezada detrás de otra ayuda a que las horas pasen más rápidamente. Entre avión y avión, despegue y aterrizaje... perdí el conocimiento de la hora, del día y del lugar... sólo me encontré cuando al asomarme por la minúscula ventana sobrevolábamos el desierto del Sahara. La parte norte, era desierto rocoso y pedregoso, pero poco a poco se convirtió en la foto de dunas que todos tenemos en la mente. Verlo desde el avión, es mágico y desolador. El desierto se extiende más allá de la linea del horizonte y más allá de lo que puedas imaginar. El desierto es vasto, y durante cinco horas de vuelo te haces una idea de lo hostil del paisaje. El desierto me arrancó alguna lágrima, el sueño africano empezaba justo al volar estas tierras.

Conforme volábamos al sur, Nigeria convierte la arena del desierto en la selva verde. Llegamos a Lagos justo al ocaso. Las nubes eran dibujadas por pinceles celestiales, la luz se colaba entre ellas para tocar el suelo, la tierra verde era cortada por los ríos plateados por el reflejo del sol..

Mientras el avión empezaba a descender, las casas y las calles empezaron a sucederse. Uno puede viajar a Madrid, a Londres, a Buenos Aires, pero no se puede hacer una idea de cuan extensa es Lagos. Tocamos tierra, estábamos en Nigeria, y Lagos nos recibía con su bochorno habitual. A la salida del aeropuerto caos, y directos al Ibis Royale Hotel, a diez minutos escasos del mismo aeropuerto.

15 Junio 2010

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