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lunes, 20 de septiembre de 2010

Siete y media de la mañana del Sábado en que Tere cumple sus 25 años. Un grupo subimos la calle hacia Marion Road para coger un taxi. Cae una lluvia molesta. Nos dirigimos hacia el motorpark que está frente a la comisaría de policía de IBB Way. Allí, negociamos un taxi que nos lleva a Ugep por unas 520 Nairas por persona. - De nuevo en Ugep.- Comenta Patri, que ha venido todo el camino en tensión porque el kamikaze del conductor no conoce otra forma de conducir que jugándose la vida. Ugep nos recibe amable como siempre. Gentes encantadoras. Desayunaremos unos cacahuetes antes de seguir camino hacia Idomi, nuestro verdadero destino.


Idomi es un pueblo muy pequeño, dos calles unidas en una pequeña glorieta, que es a su vez centro y plaza del pueblo donde hoy se celebra su festival del ñame. Antes, como es temprano, vamos a investigar un poco los alrededores, un camino de tierra baja a la selva y nos sumerge en la humedad del bosque. Los senderos son canales naturales formados por los torrentes de agua de lluvia. El cielo amenaza y unos relámpagos a lo lejos nos avisa de la que nos va a caer. La lluvia viene con su ronroneo, ya habitual, la escuchas llegar, las hojas de los árboles y los tejados de chapa suenan a lo lejos. Cada vez más cerca. La primera gota no tarda más de dos minutos en tocarnos. Ya no hay escapatoria. Sitio alto, una pared, impermeable y a esperar bajo la lluvia. Debajo de mi capa me concentro en las gotas de lluvia que se deslizan por el plástico. Terminaremos empapados. Pero no será excusa para seguir adentrándonos por un camino que nos llevará a unas brillantes plantaciones de arroz. El arroz, verde, crecido, cultivado en medio de palmeras y árboles tropicales, es de los paisajes más bellos que uno pueda admirar.




La lluvia se va tan rápida como vino y el sol sale despiadado a abrasarnos la piel. Aún mojados, mezcla de sudor y agua, regresamos al pueblo. La plaza que por la mañana había despertado desierta bullía ahora de personas y colores. La masa de niños se acumula en los soportales y minúsculas sombras de las casas que rodean la plaza. Los jefes tribales, ataviados con sus trajes típicos, presiden la ceremonia en el centro. El sol les cae a plomo, no parece importarles. Ven, inmóviles, como los representantes de los distintos clanes desfilan ante ellos.

Un "speaker" ameniza, o más bien, contamina ruidosamente la fiesta. Estoy tumbado en el suelo, descalzo, al sol, deshidratado, haciendo fotos con la cámara de Tere. Debería beber y meterme en la sombra pero algo me empuja a seguir apretando el gatillo y capturar miradas, gestos, detalles, consciente de que el momento es único. Sin darme cuenta la multitud me rodea. Estoy desorientado. La fiesta ha acabado y la masa se mueve caótica por la plaza. Aprovecho para un disparo más antes de levantarme mareado para buscar con los ojos mi grupo de "Mbakaras" y salir precipitadamente de allí. La noche la pasaremos en Ikom, Hotel Lisbon, unas 750 Nairas la noche por persona.

Seis y media del domingo, con legañas en los ojos, la boca seca y los tobillos llenos de picaduras, nos paseamos por Ikom en busca del motorpark. La lluvia no cesa de incordiar y reduce las opciones del viaje a alquilar un coche, la moto queda descartada. Sólo un hombre parece dispuesto a llevarnos. Las negociaciones son duras, Kanu cierra el trato en 250 Nairas por persona. Tendrán que dar las ocho y media para que el coche arranque rumbo a las cataratas de Agbokim, aldea a orillas del río, frontera natural con Camerún.

Las cataratas no es solo una caída de agua descomunal que se precipita por una pared cortada en forma de gajo de naranja, las cataratas es todo el entorno. El agua pulverizada es una lluvia constante que la selva absorbe agradecida. El ruido del agua te estremece. La profundidad del paisaje sobrecoge. Desde arriba las cataratas son vertiginosas, bienvenidos a una maravilla natural. La vista se recrea en un cielo majestuoso que reina sobre el bosque de lluvia, los árboles mecen el verde follaje al son de la música que el agua, los pájaros y los millones de chicharras no paran de tocar.

Nos introducimos en la espesura bajando por unos escalones de piedra cubiertos de musgo. Los árboles desde aquí abajo son gigantes. El sendero es directo y en pocos minutos bajamos hasta el nivel del agua. No llueve, pero el agua lo moja todo. Estamos en el hueco detrás de la cascada. Unos pasos más, para ducharnos en una lluvia horizontal de agua fina e intensa. Cuesta respirar, cuesta abrir los ojos. El agua pulverizada se mueve sinuosamente en un juego de formas celestiales. Abro los brazos para sentir la fuerza, la belleza, una felicidad me invade y explota a grandes carcajadas.




La aldea de Agbokim es una localización perfecta de poblado africano a orillas de un río. Las calles son de tierra, las casas bajísimas, las mujeres cocinan en la calle en fuegos de leña. Los niños, omnipresentes, están por todas partes. La foto es una postal: De fondo una caída de agua cristalina rodeada de vegetación y árboles de cacao. Como protagonista, un niño lava la ropa en las piedras del río, nos mira y sonríe. Tere fotografía sus sonrisas.






Tenemos que irnos, podríamos quedarnos atrapados para siempre. Unas motos volarán veinte minutos los baches de la pista de tierra para devolvernos a Ikom. Y un coche nos teletrasportará apresuradamente a Calabar huyendo de las sombras de la noche que nos alcanzará irremediablemente.



 
20 Septiembre 2010


1 comentario:

  1. Hola Bo: estamos muy contentos de que tengas este blog, que nos permite estar viviendo un poco ahí en Nigeria porque sabes expresarte muy bien y lo acompañas con fotos. Sabemos de la dificultad de subirlas al blog ya que los medios ahí son distintos. A diario miramos a ver si hay algo nuevo y nos emociona siempre. Sigue escribiendo que seguro que los lectores son muchos. Un beso y pásale otro a nuestra hija.

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