Treinta kilómetros a través del Cross River National Park Oban Division.
El Parque Nacional Cross River Oban Division se encuentra situado en el sureste de Nigeria, en el Estado de Cross River, junto a la frontera con Camerún. Fue establecido en 1933 como reserva forestal y no fue hasta 1988 cuando se abrió como Parque Nacional.
La parte sur es una llanura suavemente ondulada con colinas aisladas, atravesada por los ríos Calabar, Kwa e Ikpan, que fluyen todos hacia el sur, hacia la Bahía de Bonny. En las zonas de bosque, de las menos dañadas de Nigeria, se han catalogado 1.276 especies de animales.
Hay cinco pueblos dentro del Parque, Mkpot, Abung, Nyaje, Ikpai y Owom, con poblaciones de entre 500 y 2.700 habitantes. Hay también 34 pueblos dentro de un perímetro de cuatro kilómetros alrededor del Parque manteniendo a una población total de 37.500 habitantes.
Nosotros entramos desde Akamkpa, dejamos el asfalto en la intersección hacia las minas de piedra de Hi-Tech, cogiendo una pista forestal de tierra que a cada kilómetro se ponía más difícil, incómoda y al mismo tiempo bella y salvaje. El camino se estrecha, la selva lo arropa, el cuatro por cuatro tiene dificultades en algunos tramos y en otros la vegetación araña la pintura. Tras la maleza un elefante de cartón piedra con la trompa alzada nos da la bienvenida. Atravesamos unas puertas al más estilo Jurasic Park.
Los rangers, guardabosques con entrenamiento militar, nos explican los distintos programas. Ellos viven allí, se encargan de la casa de huéspedes, de patrullar la zona y de evitar la caza furtiva o los asentamientos dentro del parque.
De entrante una ruta de tres kilómetros nos abre el apetito. Después de comer, Albert nos guia por un sendero invisible. Es como ir campo a través. No sé ve sendero alguno, pero él sabe donde pisa. No utiliza más que un cuchillo para abrirse paso en la pared verde que nos rodea. Avanzamos lentamente, es muy difícil pasar por la malla de enredaderas, troncos y lianas. Cruzamos algunos ríos, a veces saltando, otras pringándonos de lodo. La jungla está en continua regeneración. Vida y descomposición se dan la mano como nunca antes había visto. El suelo huele a podrido. Los troncos caídos están húmedos y blandos como esponjas. La tierra se mezcla con miles de hojas caídas. Las lianas no son fiables, tirar de cualquiera puede provocar el desprendimiento de una considerable cantidad de materia forestal. El suelo se mueve. Agachado en silencio, miro al suelo para comprobar como miles de organismos vivos habitan bajo mis pies. Hay gusanos, termitas, orugas y un sin fin de minúsculos insectos. Y están las hormigas. Aquí a las hormigas se las respeta, casi se les tiene miedo. No sería la primera vez que abaten a un hombre. Tal como las pisas se te suben, te muerden, sientes la picadura, la aprietas entre tus dedos y tiras de ella, se parte en dos, la cabeza sigue apretando las mandíbulas que pinchan tu piel.
La siguiente ruta de la tarde, entes del anochecer, será un intento de divisar monos. Hay que llegar en silencio hasta detrás de un riachuelo que nos hace de colchón contra el ruido de nuestros pasos. Suelen sentarse a comer fruta antes de la caída del sol. Albert nos pide silencio absoluto, nos callamos, pero somos ruidosos, no sabemos movernos por la selva. Sigo sus pasos entre la maleza, no pisa ninguna rama que pueda crujir, ningún tronco que pueda resbalar, ninguna roca afilada que pueda desequilibrar el siguiente paso. No se agarra a nada, no aparta ninguna rama, se mueve como un animal, sigiloso, hábil. Lleva una escopeta de seis cartuchos que maneja como parte de su cuerpo, no la usa, solo la lleva. Tiene 43 años, y su experiencia le dice que es mejor llevarla a cuestas. Nos indica que nos agachemos, y esperemos quietos y en silencio. No veremos monos, pero los escucharemos, están ahí y nos tienen miedo.
-¿Have you ever seen gorillas?- le pregunto intrigado (no hace mucho que descubrí que había gorilas en Nigeria). Me contará sus batallas a través de las montañas. Viéndolo hablar con esa pasión, me creo que los haya visto y me imagino a su lado en el momento en que un gorila aparece tras las ramas y lo ves por primera vez para no olvidarlo nunca.
La gran excursión, 22 kilómetros, será el domingo. Las seis de la mañana, antes de que los primeros rayos de sol empiecen a despuntar detrás del follaje, es buena hora para ver actividad. Vamos a caminar a través de la selva hasta el Río Kwa, siguiendo el rastro de los elefantes del bosque. ¿Existen elefantes en la selva? Si, se mueven en grupos reducidos creando túneles a través de la vegetación. Arrancan los árboles de raíz, y escarban hoyos en busca de tubérculos. El rastro de los elefantes nos mantiene ilusionados todo el camino. Sus grandes pisadas y sus montañas de excrementos son cada vez más frecuentes. También estamos cerca de de algún grupo de búfalos. -Son cuatro y estuvieron aquí ayer.- me comenta Albert que encabeza el grupo.
A mitad de la fila de uno va el "hombre gato" un yoruba marcado con cuatro cicatrices en cada mejilla, a él si también le gusta el machete y va abriendo paso a sablazo limpio. El grupo lo cierran otros dos rangers más, el último con escopeta.
Llegamos al río, que aparece como un paisaje detrás de una ventana. La corriente fluye con fuerza, en estos ríos habitan cocodrilos, pero algunos siguen a Kanu, que no se lo piensa, en el chapuzón de la jornada.