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lunes, 9 de agosto de 2010

A cara de perro y otras consecuencias de ser egoísta.

La convivencia. En casa somos 17 personas viviendo, 17 compañeros voluntarios que además de trabajar juntos y en equipo en los distintos proyectos tenemos que convivir bajo el mismo techo. Hay que añadir, que las habitaciones son compartidas, por lo que los momentos de soledad e intimidad son prácticamente nulos.

La cocinera, Elisabeth, es una chica de 20 años. Siempre con una sonrisa en la cara, ella se encarga de lunes a viernes de fregar el desayuno, y de hacer, recoger y limpiar el almuerzo. Para las cenas y los fines de semana, nos hemos organizado en grupos y hemos trazado un calendario que todos nos encargamos de cumplir y hacer cumplir. Además, hay que ir al mercado. Semanalmente, hay dos grupos que se encargan de la compra.

Las cosas básicas funcionan bastante bien. Todos sabemos qué y cuándo tenemos que trabajar. Pero la convivencia es mucho más difícil. Con el presupuesto limitado, aspiramos a poco más que una dieta básica. Tres comidas diarias ricas en hidratos de carbono. Productos locales que resultan más baratos y eliminación de los productos que consideramos demasiado caros, lujos, caprichos o que puedan fomentar algún tipo de conflicto. Y de esta limitación salen situaciones varias:

La mermelada: Una vez se compró mermelada, argumentando que desayunar siempre mantequilla cansa demasiado y que sólo era un pelín más cara. Al día siguiente, las tostadas rebosaban mantequilla y mermelada, encareciendo el desayuno al doble. Conflicto.

El aceite de oliva. Querido, y "expensive olive oil". Se compró una botella para ensaladas. Pero la botella bajaba precipitadamente su nivel. Algunas tostadas eran sospechosas. El ajo y el tomate, unidos en halitosis matutina delataba a los culpables. Una mañana al despertar, el desayuno estaba servido, vi una tostada y pregunté, -¿Aceite y tomate? Respuesta afirmativa. Cogí lo poco que quedaba de aceite y lo puse sobre la mesa. Diez minutos más tarde el aceite había volado, toda la casa debatía el conflicto.

Mahonesa y kethup. En principio la mayonesa corría por las comidas como fuente de alegría desbordada, de sabroso jugo, -"sirvetelá hasta que de asco"-decía Kanu. La cosa cambió pronto. El ketchup se fue tan rápido como vino (Nelli es ketchup-adicta) y la mayonesa se limitó. Sería el grupo de cocina responsable quién decidiría si a la comida en cuestión le correspondía o no mayonesa.

El pan. Hubo semanas en que también el pan era escaso en casa. Recuerdo que una vez, se contó el pan por rebanadas y se dijo cuanto correspondía a cada uno. De nada sirvió porque los últimos no llegaron a probarlo. Finalmente se pudo aumentar el pan diario a seis rebanadas por día. Hay gente que comen menos, otros que comen más.

La merienda. Cuando llegamos parecía obvio que las comidas fueran tres diarias, pero de un día a otro, la gente empezó a merendar. Así que después de debatirlo, se decidió que la merienda no entraba. Algunos decidieron entonces comprarse sus meriendas. Dos semanas más tarde se abre la veda, y ahora, merendar está permitido.
Con toda esta situación, muchos completamos la dieta de forma privada. Chocolates, galletas, café, patatas fritas. Si lo comes en público, hay dos opciones, que compartas o que no. Ambas tienen consecuencias. Si lo comes a escondidas, hay dos opciones, que nadie se entere, o que te pillen, en cualquiera de las dos, te lo estás comiendo a "cara perro".

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