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viernes, 13 de agosto de 2010

Llevo un cuaderno de viajes que llevo siempre conmigo. En él apunto direcciones, nombres, teléfonos, datos, precios y lugares pendientes de ir o investigar. Hace un mes, al pasar con la furgoneta por una calle muy bulliciosa, apunté "Akim Market", y hoy era el día de conocerlo.

En Akim no hay de todo como en el mercado central "Watt Market", pero es más barato que el mercado donde compramos, el más cercano al barrio, "Marion Market", y por supuesto, no tiene el encanto del mercado a orillas del río. En cualquier caso los mercados son parecidos. Todos huelen igual, esa mezcla de pescado ahumado y seco, carne fresca (o no tan fresca), las distintas harinas, quizás también el olor de la gasolina de algún generador, o la terrible calle de las aves vivas, con el aire espesado de polvo y plumón. La fruta y verdura es amontonada en pequeños montoncitos. Las mercancías son transportadas en carretillas por las distintas callejas, estrechas, algunas incluso de tierra, si llueve, de lodo. Los mozos de cuerda van y vienen cargando sacos de mercaderías. Silvan y la gente les abre paso, las carretillas deben pesar mucho, demasiado para mí. Ellos las dirigen con precisión sin chocar con nada, doblando las esquinas, la gente confía en ellos pues no se apartan más de lo estrictamente necesario, tampoco podrían.

El objetivo de hoy era preguntar por las bicicletas. Las hay nuevas y de segunda mano. Preferimos una de montaña, las ruedas gordas son una garantía antipinchazos. Estas son muy caras. Estas son muy viejas. En esta no quepo, esta te la venden sin frenos. Esta está pinchada, aquella oxidada. Mejor lo dejamos para mañana.
Compramos rastrillo y guantes para trabajar el huerto. Poco a poco las horas de trabajo van dando forma a nuestra "small farm". Pregunto a una vendedora de pollos sentada entre una jungla de jaulas. Con voz ronca y mirada profunda me explica los precios de los pollos. Se expresa correctamente.
Es alta y delgada. Algo en sus formas me impulsa a seguirle detrás de la tienda, quiere enseñarme otra clase de pollos más pequeños. Pero yo estoy interesado en polluelos, -"Baby chiquen, you know?". Me comenta los márgenes de beneficios que tiene la cría de pollos. Ella misma es pobre, aunque cría en sus casa cerca de doscientos polluelos. Me da buenas vibraciones, así que aprovecho para preguntar acerca de otras cosas. -"Sabe usted donde compran su mercancía los vendedores de pescado?". Hace tiempo que andamos detrás de unas caballas, pero queremos llegar a la fuente, a lo más fresco, a donde menos veces haya sido congelado. Ella misma escribe en mi cuaderno con estructura, orden, numerado y con una letra preciosa, donde podemos encontrar pescado congelado y fresco. - "Tiene usted una letra preciosa". Me cuenta que realmente era profesora. La relación cambia, unas sonrisas, unas risas. Las barreras raciales, el estatus de cliente y vendedora ya se han roto. Ahora su voz me parece cálida, y sus ojos se han tornado dulces. En el rato que hablamos con ella, niños de la calle, vendedores de yerbas, plátanos o agua, se han arremolinado a nuestro alrededor. Jugamos con ellos haciéndoles muecas. -"Mbakara María". Le digo señalando a María que se ha puesto a correr detrás de los nenes. Ella sonríe, su mirada, quizás, añora otros tiempos, hay ternura detrás de un cuerpo esbelto, pero endurecido por una vida de lucha.Nos despedimos amistosamente. Rastrillo en mano, nuestras tres siluetas desaparecen por las callejuelas del mercado.

11 Agosto 2010

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