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sábado, 21 de agosto de 2010

Leboku Yam Festival 2010. A celebretion of agricultural achievement and traditional values.
La carretera.

Vamos en autobús rumbo norte, atravesando la carretera que une Calabar con Ugep. La carretera serpentea por la selva, el bus se abre paso en el bosque partiéndolo en dos. Subimos colinas suaves desde las que la selva se nos extiende hacia el horizonte. Es muy temprano, el sol apenas despunta y la niebla cubre la selva en un verde grisáceo que recuerda las montañas ruandesas. Todo fuera es paz, calma, Naturaleza con mayúsculas. Dentro hay agitación, la furgoneta rueda a mas de 130 km/h. Vuela por encima de un asfalto quebrado y bacheado, sin señales, sin pintura. Las suspensiones trabajan, los amortiguadores absorven las irregularidades, los neumáticos suenan contra el alquitrán cual lavadora centrifugando.

El sol ha subido en media hora y ahora brilla detrás de las nubes. Se ven tormentas hacia el este, pero más cerca las nubes dejan pasar la luz radiante del sol, reflejando un verde esmeralda. A cada poco encontramos zonas muy bacheadas, se frena, se pasa despacio y se acelera. Quizás sea mejor pasar por el arcén. ¿Arcen? No existe. Pasamos por donde el conductor decida, si es por la orilla izquierda, no hay problema, ojalá y no venga nadie de frente detrás de esa curva, o colina mientras adelantamos a una moto con cinco pasajeros sin casco, ni zapatos. Nos preguntamos qué pasará cuando alguien tiene un accidente en estas carreteras. El autobús zigzaguea para pasar un control de seguridad hecho con troncos cruzados en el asfalto. Atravesamos los municipios de "Akampa" y "Biase" hasta llegar a nuestro destino, Ugep, a menos de dos horas de la ciudad de Calabar.

La princesa Rosemary.

Estamos en Ugep, Yakurr Local Goverment Area, invitados por una chica que conocimos, por casualidad, semanas atrás. Ella vino a casa y explicó, que en el pueblo donde ella nació se celebraba un festival tradicional con motivo de la recogida del yame. Yo no estaba, no podría decir que contó en las dos reuniones en las que visitó nuestra casa. Pregunté pero nadie era capaz de explicarme nada.

-¿Y que dijo?- Pregunté yo.
-No sé, no sé, no se qué de un festival-.

Nadie sabia nada, solo coincidían en una cosa, ella. Ella, la Rosemary. Ella y nada más. Pero y ¿quién es ella? ¿qué es el festival? ¿en qué consiste? Nada. Ella y solo ella. Imaginaba yo que nadie habría entendido nada de nada, que su inglés seria imposible para nuestros oídos, pero por alguna misteriosa razón, la visita al festival entró dentro del proyecto, y nadie discutía que así debiera ser.

Llegamos al recinto, el "estadio" de Ugep, tan temprano que aún montaban escenarios, carpas y sillas. Mejor. Tiempo para dar una vuelta y conocer un poco el pueblo. Y allí estaba ella. No me la habían presentado pero la reconocí. Empezaba a entender las dudas acerca de lo que pudiera haber o no dicho en las reuniones. Y empezaba a entender por qué habíamos venido sin saber a donde, solo por seguirla. Ella es alta y delgada, luminosa, sonriente, de mirada profunda, de piel oscura y tersa, de labios carnosos. Rosemary es guapa, muy guapa, demasiado guapa para escucharla. Demasiado guapa para no distraerse con sus pestañas, con su barbilla, o con el brillo de sus ojos. Así que no me preguntéis que dijo, sólo sé que ella habló conmigo.

La danza tribal.

El festival del yam es una reunión de tribus pertenecientes a la región de Yakurr, a saber, Ugep, Nkpani, Adomi, Asiga, Ekori, Enko, Iyima, Agioy, Ekoi y Ekeledi. Cada tribu se coloca en su lugar correspondiente, mujeres y hombres separados, para formar un gran circulo. Después cada clan desfila, vestidos de forma tradicional, bailando. Danzan al ritmo de tambores y al son de canciones que dan gracias a la lluvia y a la tierra por la cosecha de yam que van a recoger. Un grupo de jóvenes muchachas se mueven contoneando sus brazos, sus vestimentas dicen que están listas para casarse y este es el mejor escenario para encontrar marido. Antes, no se tapaban el torso, y hoy veo que algunas de ellas, simplemente se ponen un sujetador común, no pega, se sale del ritual, pero estos detalles en esta sociedad a veces tribal a veces tan cristiana, no tienen por qué tener lógica. Es un espectáculo de color, de alegría.

El escenario es único, un cielo que amenaza con desplomarse, dos águilas que planean sobre el fondo verde oscuro de la inmensidad de la selva. El horizonte, dibujado por los palmerales se difumina en una tormenta lejana que no llegará a mojarnos. Chamanes, brujos, consejos de sabios, todo parece ficticio, sacado de un documental. A mi lado un pariente de Karim Abdul Yabal, me cuenta que el líder espiritual de la región de Yakurr, The Obol Lopon Obol, Ubi Ujong Inah, se sienta diez sillas hacia mi izquierda, y que quizás después tenga tiempo de conocerlo, (no sería posible). Es un cargo honorífico, respetado y que pasa a uno de sus descendientes. Dentro de cada tribu, existen muchas familias o clanes. Y en cada clan todos son hermanos, primos o tíos.

Para terminar el festival y antes de la clausura con el correspondiente discurso del Gobernador del Estado de Cross River, Senator Liyel Imoke, se reparten tres premios. El primero se disputa en una lucha real, algo parecido al yudo. Primero las chicas, después es el turno para los chicos. La lucha se alarga, ninguno cede, se estudian, hay revuelo, la gente corre y se apelotona para ver el desenlace. Van a tener que ser los jueces los que decidan. Mientras, la policía intenta que la situación no se le escape de las manos. El segundo premio, es para Miss y Mister Leboku. Guapos, fuertes, bellos. Un coche para cada uno es una buena recompensa. El premio final, "Best Yam Harvester", es a la mejor recolecta de yame, y su premio es una furgoneta para transportarla.

El cerdo.

Paseando por las calles de Ugep, nos encontramos con la matanza de un cerdo y su correspondiente barbacoa. El cerdo gritaba, un hombre fornido, brazo levantado y machete en la mano, dejaba caer su fuerza sobre el cuello del animal. Desangrado ya, lo queman al fuego para quitarle el pelo rapándolo con un cuchillo. Destripado y troceado. La sangre se mezcla con la tierra. Huele mal si no fuera porque a pocos metros la carne se churrusca en unas brasas.

No hemos probado cerdo desde que salimos de España. Se nos ocurrió que podría ser buena idea llevarnos uno a casa. Tras intensas negociaciones y las correspondientes visitas a dos porquerizas, decidimos que nos mataran un cerdo de unos 40kg por algo mas de 10.000 Nairas, 50€. Lo recogimos a final de la tarde antes de despedirnos del pueblo y lo metimos en el maletero.
 
Al llegar a casa y abrir la bolsa, la sorpresa fue mayúscula, el cerdo estaba de una pieza y había que trocearlo antes de congelarlo. Cogí los cuchillos y la maza de madera, y necesité dos horas y mucho sudor para descuartizar mi primer cerdo. Me acosté con el olor a grasa y carne metido en la nariz.

17 Agosto 2010

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